Presas de la inseguridad

LA CADA VEZ MÁS GENERALIZADA Y EXTENDIDA PERCEPCIÓN DE FALTA DE SEGURIDAD AFECTA TANTO LOS PATRONES CULTURALES COMO LAS RELACIONES SOCIALES
 

Temor. El problema de la inseguridad afecta la calidad de vida individual y colectiva y conlleva al incremento de la represión policial y las penas judiciales.
Temor. El problema de la inseguridad afecta la calidad de vida individual y colectiva y conlleva al incremento de la represión policial y las penas judiciales.
Jaclin Campos /jaclin.campos@listindiario.com
Santo Domingo. ¿Se siente usted inseguro cada día al salir de su hogar? ¿Camina por las calles con miedo a ser víctima de algún delincuente? ¿Se preocupa cuando alguno de los miembros de su familia llega tarde a casa? ¿Desconfía de cualquier desconocido o reacciona con sobresalto cuando alguien se le acerca en la calle? Usted no está solo.
Entre la población dominicana existe una cada vez mayor percepción de inseguridad, pero esta realidad no es exclusiva del país.
“La inseguridad ciudadana es uno de los fenómenos sociales contemporáneos más importantes en América Latina”, dice la socióloga Lucía Dammert en su libro “Perspectivas y dilemas de la seguridad ciudadana en América Latina” (Flacso, 2007).
Dammert, una de las más destacadas estudiosas del tema de la seguridad ciudadana en la región, señala en la publicación patrocinada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) que el problema de la inseguridad afecta la calidad de vida y conlleva a un incremento de la represión policial y las penas judiciales, así como del consumo de servicios y artículos de seguridad privada.
Las palabras de la experta en temas de seguridad y delincuencia resumen bien la forma en que una generalizada percepción de inseguridad impacta tanto la cultura como las relaciones sociales: “La búsqueda obsesiva de la seguridad está conllevando lentamente a dañar, aún más, los ya debilitados lazos sociales en sociedades latinoamericanas. Ello, a su vez, ha generado un incremento sostenido en la desconfianza ciudadana que afecta, al mismo tiempo, las relaciones interpersonales de las personas y, por otro lado, una creciente legitimidad del aumento de la sed punitiva de la sociedad y de la violencia institucional, como mecanismos de respuesta ante este acuciante problema”.
¿Acostumbrados a la violencia?
La inseguridad ciudadana altera la paz individual y colectiva. Además, según algunos teóricos, los hechos violentos ampliamente reportados en los medios de comunicación llegan a producir cierta insensibilidad e indiferencia.
Así lo advierten Lucía Dammert y Patricia Arias en “El desafío de la delincuencia en América Latina: diagnóstico y respuestas de política” (Cieplan, 2007).
Las autoras refieren estudios según los cuales, independientemente del aumento de la criminalidad, una cobertura cada vez mayor de actosviolentos ofrece “una imagen distorsionada de la delincuencia, exagerando la frecuencia y preponderancia del crimen violento por sobre otros tipos de delitos”.
De ahí que la población caiga presa del temor, pero también del “acostumbramiento”.
“La exposición prolongada de violencia mostrada por los medios puede desarrollar una falta de sensibilidad emocional de los sujetos hacia la violencia del mundo real y las víctimas de esta. Así, casos que en otras circunstancias hubieran generado rechazo de la población son asumidos como cotidianos”, explican Dammert y Arias.
Cobertura televisiva
En “Los límites éticos del espectáculo televisivo” (Editorial MAD, 2006), J. C. Suárez aborda el tema de la insensibilización ante la violencia, prestando especial atención a la cobertura audiovisual.
Asegura que algunos medios llegan a convertir el sufrimiento humano y la injusticia en un “producto de morbo sentimental”.
Su teoría es que la abundancia de contenidos violentos convierte al televidente en consumidor de sensaciones que no le permiten apreciar el dolor real de las personas, que se “disuelve” en medio de las impactantes imágenes.
Suárez expresa: “El embotellamiento de la violencia ha conducido hacia la insensibilidad de los sentimientos, los cuales experimentamos más por el desagrado de la imagen que por el significado emotivo de las tragedias que narran”.
Costo social
El libro “Economía política de la seguridad ciudadana”, compilado por Fernando Carrión y Manuel Dammert (Flacso, 2009), señala lo difícil que resulta calcular el verdadero costo social de la violencia.
Esto, aclaran, se debe a que la violencia tiene muchas manifestaciones y efectos diversos.
Un mismo hecho tiene, además, diferentes víctimas: incluye no solo al individuo que padece el daño de forma directa, sino también a sus parientes, a los gobiernos, a los contribuyentes, a las empresas y a las familias de los mismos agresores.
Por si no fuera suficiente con que las víctimas afronten los costos materiales, psicológicos y emocionales de la violencia ñestos dos últimos efectos son los más difíciles de calcularñ, aquellas personas que no han sido dañadas directamente por un acto criminal enfrentan asimismo los costos de la inseguridad ciudadana.
“Las víctimas potenciales ñexplica la publicación de Carrión y Dammertñ sobrellevan los costos en anticipación al posible hecho de violencia”.
¿De qué forma? A través de medidas que buscan prevenir el riesgo o reducir las consecuencias en caso de llegar a ser víctimas de un acto violento. Un ejemplo de lo primero sería contratar servicios privados de seguridad; de lo segundo, adquirir un seguro de vida.
“En las zonas de alto riesgo delincuencial, la violencia involucra distorsiones económicas más amplias, tales como la reducción en las compras, los servicios, la instalación de agua potable y luz, así como las oportunidades de empleo”, aseguran los investigadores de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
A todo ello, se suma el sentimiento de desconfianza que puede llegar a afectar las relaciones personales o la extroversión característica de la idiosincrasia quisqueyana. ¿Y qué se concluye? Que directa o indirectamente, la inseguridad afecta a todos.
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UN LLAMADO CONTRA EL CONFORMISMO

El “Informe mundial sobre violencia y salud”, publicado en 2002 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), advierte que la cultura de violencia suele estar respaldada tanto por las leyes como por las actitudes.
Llama a combatir la autocomplacencia frente a la violencia, ya que esta actitud promueve “enormemente” la violencia, y es un obstáculo “formidable” para responder a ella.
Con el término autocomplacencia, la OMS se refiere a la actitud que considera la violencia como algo que siempre ha estado presente y que, en consecuencia, seguirá existiendo.
“Resultará difícil reducir significativamente la violencia interpersonal y colectiva si no llega a desaparecer la autocomplacencia hacia ella”, concluye el informe.
 

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